Cuando el paisaje tornasola en libertad
Cupando la magnífica arquitectura de las tres salas principales del Instituto de América-Centro Damián Bayón de Santa Fe, se desarrolla la última exposición del artista granadino Mario García. Una exposición que alterna la pintura con la instalación objetual y que es aprovechada para realizar una nueva demostración de maestría técnica en la ejecución pictórica reinante en toda la muestra.
La exposición se encuentra presidida por un importante mural articulado en cinco paños, Un ciclo sin principio ni fin, que es la única obra no reciente de la exposición, pues data de 2003 y pertenece a la colección Árgola Arquitectos de Madrid, pero que se sitúa en una especie de arranque conceptual de la serie que ahora se nos presenta en la sala santafesina. Un ciclo sin principio ni fin es una obra rotunda que produce el efecto de una bocanada de naturaleza paisajística, concebida para el interior de un edificio con la pretensión de una visión totalitaria, pero también parcial y cercana en el deambular cotidiano de sus espectadores ocasionales.
La técnica empleada de pigmentos acrílicos y latex otorga a la obra unas calidades aéreas y lumínicas muy singulares que refuerzan la idea de ventana a la naturaleza, aunque en su propia composición de masas es imposible no retrotraerse a la modulación de los grandes frescos de batallas y su orgánica disposición de colores y masas, que permiten una apreciación óptica integradora de un momento existencial y parcial del paisaje como receptáculo de un hecho fortuito como es la batalla.
En la misma sala de este mural se encuentran dos obras: La rosa de Grund y Tu jardín en mi salón que establecen unos vacíos figurativos que formalmente se asimilan a las hojas verdes recortadas sobre madera, situadas flotando en los pasillos de tránsito entre las tres grandes salas, conformándose como un enlace con la obra Sueño de onanistas; instalación presidida por un verde lecho de piedras, coronado por una gigantesca amapola que asemeja el cabecero del citado lecho. Esta obra central está escoltada por unas nubes de amapolas realizadas con la misma técnica que las hojas, con un cuidado por el detalle que parece una necesidad obsesiva del autor. El fino recorte de las piezas, su situación tridimensional en el espacio, abatidas por el aire, como si en el propio campo -lecho de piedras verdes- sucediera, se culmina con una minuciosa técnica en la que rojos y amarillos otorgan la liviana textura de la flor, que se concentra en un cáliz de contundente rayado en grafito negro. Un cáliz matricial, un origen de la vida como el Courbet, un punto de regeneración vital a partir de la oscuridad de sexo de la flor.
La tercera sala está presidida, voluntaria o involuntariamente, por un gran árbol más esquemático, menos imitativo que la instalación anterior y más alegórico que presente en su fisicidad. Titulado No hay tregua, nos referencia en sus ramas-cuchillas a un mundo implacable que vestido de belleza no permite el descanso. Su copa es una rueda dentada y ensangrentada que vierte el fruto de su paso guillotinador por el suelo marmóreo de la sala. Es una obra escenográfica de percepción amable en la lejanía, pero inquietante en su detalle. ¿Es una clave interpretativa de la exposición? Probablemente así sea y, si es así, nos ha de obligar a revisar nuevamente todas las salas con una percepción nueva. De este modo, en el nuevo deambular veremos cómo los cuadros están construidos con unas caligrafía ilegibles, unas runas que ocultan un mensaje, el del autor conceptual, el del autor que se oculta en una técnica refinada, pero que sufre en el proceso de creación, debatiéndose entre lo que la mente crea y las influencias diarias que la vida modela.
Aquí es donde aparecen algunos de los títulos de las obras expuestas, tales como El ruido de la incertidumbre, No solo vivo del aire, Vengo del aire o Viendo un alma sin usar; referencias tomadas, según del autor, de las circunstancias acaecidas durante el proceso de creación, pero que también hablan del perfil existencialista del mismo, desvelándose tanto por las palabras como por esas crípticas grafías inclusas en el lenguaje de las formas y el color pictorialista.
Quizás sea la frase que acompaña al cartel de la exposición a modo de subtítulo, el verdadero título de esta interesante exposición: Los sueños son el olvido de las miserias para los que las sufren despierto, extraído del Quijote y, tras el Quijote paro, porque nadie más debería seguir hablando.
José Vallejo
HISTORIADOR Y COMISARIO DE EXOSICIONES