Mario y el Tiempo, Luis García Montero. 2008-2010
Pintar relojes significa, no lo olvidemos, echarle muchas horas al trabajo. Se trata de crear, pero reconociendo lo que de artesanía tiene la operación artística. Al verlo en su estudio, rodeado de sus objetos, sus utensilios y su tiempo, Mario García me recuerda a los personajes que admiraba Juan Ramón Jiménez por su dedicación a un trabajo gustoso. Eran, por ejemplo, un poeta, un hortelano, un jardinero, un mecánico, un niño responsable de un animal, entregados a su labor y convencidos de que no basta hacer por hacer, de que debían apasionarse con sus tareas para que los resultados fuesen parte de ellos mismos y les ayudasen a crecer por dentro. Mario artista es Mario artesano, Mario relojero, porque el color y la forma siempre han sido un modo de atrapar el tiempo. Nadie puede separar al día de sus colores, a las horas de su piel en el cielo.
Pintar relojes significa, no lo olvidemos, un deseo de dialogar con los otros, de compartir espacio y tiempo con la mirada ajena. La mirada del otro se convierte en un acto de complicidad, porque dentro de la obra que se le ofrece están sus citas, sus obligaciones, sus días y sus noches, sus olvidos y sus modos de matar el tiempo. La obra de arte, al indagar en un territorio abstracto e infinito como el tiempo, se hace parte de la vida cotidiana, puede colgar de nuestra pared, esperar en nuestra casa, mezclarse no ya con nuestros muebles, sino con nuestros pasos. Los relojes nos hacen abrir y cerrar la puerta de la calle.
Pintar relojes con cuidado y con arte significa, no lo olvidemos, acercarse con buen pie a un espacio público, a un punto de encuentro. El tiempo es una forma de objetividad, necesaria no ya para que puedan coincidir los individuos en una misma realidad, sino para que cada cual haga de su capa un sayo, de su tiempo colectivo un tiempo interior. Tendemos a convertir un minuto de espera en un siglo, o un año de felicidad en un segundo. Tendemos a vivir las horas como si estuviésemos moldeando una materia flexible. Pero eso sólo ocurre gracias a que contamos con un tiempo objetivo, un tiempo con el que jugar, un tiempo de todos adaptable a nuestros sentimientos. Los relojes de Mario lo saben, y se hacen particulares, tristes o alegres, optimistas o melancólicos, pacientes o ansiosos, pero siempre aspiran a dar sus horas a la vez, con puntualidad, con las agujas y los números en su sitio, para convertirse en una buena compañía, en una lealtad bella y casera.
Pintar relojes significa, no lo olvidemos, participar de la ilusión del arte que pretende dignificar la vida cotidiana. Hace años que la estética quiere salir de los museos, romper las fronteras de las instituciones de lo bello, caminar por las calles y subir unas escaleras, o entrar en un ascensor, en busca de un domicilio compartido, de una vida particular. Rodearse de belleza supone buscar buenas compañías, poner cuidado a la hora de elegir el aire que se respira y los objetos que podemos mirar, o que nos pueden mirar, mientras leemos, desayunamos, trabajamos, nos encerramos en un abrazo o en cualquier otra forma de intimidad. Para pasar los días, con sus mañanas, sus tardes y sus noches, nada mejor que estar acompañados de un buen reloj, un reloj de todos fabricado para cada casa por un artista.
Porque pintar relojes significa, no lo olvidemos, una manera de vivir al día, de comprender el lado bohemio de la vida, la capacidad de aprovechar el instante, de hermanarse con la plenitud. Suelen aconsejarnos que no dejemos para mañana lo que se puede hacer hoy. Me gusta precisar que la tarea y la plenitud del hoy son la única forma de respeto al mañana, porque el hoy fabrica al mañana, y de camino nos hace a nosotros mismos. El tiempo va a lo suyo, y en su camino se encuentra con nosotros, y nos ofrece una cita sucesiva para que nos encontremos con nosotros mismos. El artista de siempre, el que ha apostado por vivir de su arte y al día, trabaja ahora con el tiempo.
Porque pintar relojes, no lo olvidemos, es para Mario García un modo de crear, de convertir al tiempo en un pájaro caribeño, lleno de plumas y de colores vitales, llamativos, optimistas. Ser optimista con el tiempo supone en realidad una provocación. Las esferas artesanales de las horas nos conducen a una selva de gritos desconocidos, rumores, inquietudes, peligros, avisos de un final rotundo e inevitable. Pero la provocación de Mario significa también, no lo olvidemos, una invitación a la alegría, a vivir con plenitud, a participar de un desorden pactado y respetuoso, a llenar de imaginación la realidad disciplinada y calculadora de los números, a marcar con nuestra rebeldía el tiempo de todos, a apropiarnos con mirada particular de las horas compartidas. Mario García es un artista bohemio y puntual.
Porque pintar relojes, no lo olvidemos, es atreverse escuchar el tic-tac de la fortuna y a poner una huella de color y humanidad en los giros de las ruletas rusas. Quien hace bien su trabajo tiene derecho a rogarle al tiempo que cumpla dignamente con el suyo.
Luis García Montero
POETA