Se dice que los colores hablan pero solo hablan los que lo dicen. 1993-1994
G. Vattimo comienza el tercer capítulo de su “El fin de la modernidad” ("Muerte o crepúsculo del arte") indicando que, como muchos otros conceptos hegelianos, también el de la muerte del arte resultó profético en lo que toca a fenómenos verificados en la sociedad industrial avanzada, aunque no exactamente en el sentido concebido por el filósofo alemán, sino más bien, como solía enseñar Adorno, en un sentido extrañamente pervertido. ¿No es acaso cierto que la universalización del dominio de la información puede interpretarse como una relación pervertida del triunfo del espíritu absoluto?. Derivar este discurso hasta hacerlo converger con algo relacionado con la pintura de MARIO GARCÍA es complicado pero posible. No obstante, no deja de ser curioso que, aunque se trata de una. pintura muy fresca y bastante refractaria a las logomaquias, estos cuadros se apoyan en un discurso muy sofisticado.
M. Foucault comienza el quinto capítulo de su “Esto no es una pipa” ("Los siete sellos de la afirmación") señalando que la vieja equivalencia entre semejanza y afirmación fue expulsada por Kandinsky con un gesto soberano y único, que ha liberado a la pintura de una y otra. Esto sí es fácilmente relacionable con la pintura de MARIO GARCÍA. Por aquí podría seguir fácilmente, y decir muchas cosas que parecerían referidas a la pintura -sin duda "buena"- de este artista. Pero como sé que MARIO GARCÍA pinta porque disfruta, voy a permitirme hacer algo que hace mucho que me apetece: Escribir lo mismo que la, mayor parte de los que escriben de arte y hacen reseñas de -o para- exposiciones. Una proteica pincelada recorre el lienzo a manera de rojo crucificado y lo impregna. Y el paciente propiciatorio ahonda, con convicción propia y dicción personal, en las claves mistéricas y matéricas de una espiritualidad que perfila su punzante furor en un lenguaje no figurativo, sorteando frente al abstracto por la primacía de su fecundación.
El fondo sueña lejanías oteadas, partícipes de un tiempo acrónomo que invectiva la traslúcida memoria interior de las betas de las orquídeas de pasión multicolor...Mientras, la superficie, que insinúa sus artificios texturales, se revela esquiva al tacto entrelazándose con principios opuestos y de finales con gesto muy templado, casi a una arcana ecuación antialgebraica que reclama a la criatura oferente, rehén de una prometedora continuidad creativa, un rayo de luz, una mirada. Y el sol escarlata invierte su ruta celeste trazando, conforme se aleja en arco de círculo hueco, tras sí una estela parda. Luego se convierte en el asaetado rabo de un dragoncillo –parecido a los que Leonardo da Vinci cazaba en las manchas de humedad- y acaba confundiéndose con un encaje de lívida luna lorquiana, de roja sangre carmesí…Allí donde un amante asalta a su disoluta amada sin atreverse a mirarla, cegado por la súbita revelación de la eternidad del amor…, de una eternidad al alcance de una mantis religiosa. Y mientras los cuadros dormidos callan, un ojo luminoso y conciliador, posa. ¿Que qué tiene que ver tanta “poesía” con la pintura de MARIO GARCÍA? Eso digo yo. Y añado ¿Tiene acaso la pintura que ver con nada?
J.Cebrara DIRECTOR DE LA GALERIA VIRTUAL